Seguramente, cuando el maestro Nam Sung Choi llegó a la Argentina, hace cuarenta años, no imaginó que se convertiría en el pionero de una disciplina deportiva. Por aquel entonces, tras un interminable viaje en barco, arribó a nuestro país con la férrea idea de mejorar su calidad de vida y en lo único que pensaba era en llevar adelante su profesión de comerciante e instalarse en la Argentina. Su fin era obtener un bienestar que en su Corea natal no podía lograr por una guerra civil que no reparaba en sacrificios humanos.
Transcurría junio de 1967. Sung había sido campeón asiático de taekwondo, un arte marcial que aquí no se conocía. Y después de ver que el ramo comercial no daba los frutos deseados y tras un breve tiempo como albañil ("me enfermé por llevar bolsas de 50 kilos; yo pesaba 63", comenta), pensó en enseñar esa técnica aquí. "Me costaba hablar de taekwondo. Por una parte, yo no conocía bien el idioma. Incluso me había puesto a aprender inglés, porque no sabíamos que en la Argentina se hablaba español... Y por otro lado los potenciales alumnos sólo tenían nociones de karate y judo. Me llevó tres años imponer las ideas de mi disciplina; es más, al comienzo debí promocionarlo como karate coreano para que muchos supieran de qué se trataba", aclara este hombre de 70 años, que luce una graduación de 9° dan (la más alta es 10° y hay uno solo en el mundo).
Una charla con Sung es casi una clase teórica, en la que el maestro ejemplifica con movimientos todo lo que cuenta. Con sus manos golpea en el aire, toma la tarjeta de invitado con la que ingresó en la redacción y la usa de objetivo para mostrar la diferencia que existe entre dar un golpe normal y darlo con un movimiento de cadera.
"Yo vivía con mis paisanos en el viejo hotel Torino. Había llegado con Han Chang Kim y Chung Kwan Duk, que también practicaban la disciplina. Fuimos a Canal 9 para mostrar lo que hacíamos y gracias a eso conseguimos que nos aceptaran en un gimnasio de Ramos Mejía, al que me llevó un judoca de apellido Aspera y donde comencé a dar clases", recuerda.
Para entonces, Martín Karadagian estaba armando el staff de personajes para su Titanes en el ring y lo convocó. Sung fue a ver un entrenamiento y no lo convenció el modo de combatir ni el exceso de show. "Para un hombre de mi tamaño no era lógico pelear cuerpo a cuerpo contra esos fornidos luchadores. Le dije que lo mío era defensa personal y si los pateaba les iba a romper una pierna. Entonces no participé." Igual, Karadagian se quedó con algo de Sung: su nombre, que empleó para caracterizar a un obeso y malvado personaje conocido como el Coreano Sun .
Sung se ocupó también de la rivalidad entre su arte y el karate. "En el taekwondo no sólo se avanza de frente. El karate utiliza mucho las manos, pero nosotros también las piernas, nos movemos más y atacamos por los costados", explica. "El nombre no es caprichoso. Tae significa piernas; kwon, manos, y do es lo referente a la espiritualidad. Por eso es importante una buena enseñanza, porque debe transmitir respeto y moral, más allá de la técnica. Es clave formar buenas personas. Cuando un alumno saluda a su maestro no es porque el arte marcial lo obligue, sino que lo hace porque se lo dicta el corazón."
Sung sigue en actividad en su gimnasio de avenida Córdoba y Lavalleja. Y les agradece a sus alumnos avanzados en cada clase porque, gracias a ellos, puede ponerse el uniforme, ajustarse el cinturón y hacer lo que más ama: transmitir el espíritu de su taekwondo.
Por Daniel Meissner
De la Redacción de LA NACION
Colaboró: Jose Maestre
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